sábado, 2 de agosto de 2014

PALESTINA TIENE RAZÓN


Por: Jorge Enrique Robledo

De acuerdo con informaciones oficiales, al miércoles pasado, los bombardeos israelíes ya habían causado 1.340 muertos y 7.450 heridos palestinos en la Franja de Gaza y llevaban destruidas total o parcialmente 7.459 viviendas, 15 centros médicos, 145 escuelas, 74 mezquitas, siete estaciones de agua que abastecen a 700 mil personas y la planta central de electricidad. Y sumaban 187 mil los desplazados, en medio de niveles inauditos de pobreza, desempleo y carencias de todos los tipos que vienen desde antes de este ataque, hasta el punto de que el ochenta por ciento de los habitantes Gaza solo logra acceder a una alimentación de sobrevivencia por la ayuda internacional.

No hay palabras suficientes para describir el horror de esta nueva agresión del Estado de Israel contra el pueblo palestino, y en especial contra los 1.8 millones de los habitantes de Gaza, convertida en el mayor campo de concentración de la historia, sobre el cual, incluidos ancianos, mujeres y niños, se ha desatado toda la capacidad de fuego de unas fuerzas armadas muy poderosas. A tal desproporción ha llegado la violencia, que las manifestaciones de rechazo se repiten por todo el globo, incluidas las de organismos de la ONU y de ciudadanos israelíes y creyentes judíos.

Hay hechos históricos que ayudan a comprender lo que ocurre y que deben servir de base para encontrarle salida a un martirologio al que difícilmente se le encuentran antecedentes. Lo primero es saber que en 1947 Palestina no era un territorio baldío. Porque desde tiempos inmemoriales era el país de los palestinos, que allí vivían, trabajaban y se relacionaban entre sí con todas las características de una Nación, verdad que no puede negarse ni con el pretexto de que estaban bajo la dominación colonial del imperio británico.

Cuando los ingleses y las otras potencias decidieron imponer sobre Palestina el Estado de Israel, no lo hicieron porque contaran con algún título de origen democrático que legalizara esa nueva agresión contra un pueblo tan bueno como todos los del mundo, sino porque apelaron a la arbitrariedad colonialista. Y la imposición contó con el respaldo decisivo de Estados Unidos, que ya adelantaba el proceso de heredar todas las esferas de dominación inglesas, coloniales y neocoloniales, “al Este de Suez”, según los pactos interimperialistas posteriores a la II Guerra Mundial, que le reconocieron a los mandamases de Washington el “derecho” a organizar el globo según las conveniencias de sus trasnacionales financieras y de todos los tipos.

Lo que se ha dado durante más de medio siglo –¡67 años de ocupación colonialista de Palestina, hasta convertirla en el peor de los guetos, para vergüenza de la humanidad!– no puede explicarse sin introducir en la ecuación el rol determinante de los intereses de Estados Unidos y de las potencias occidentales que lo secundan, porque se propusieron saquear el petróleo del Medio Oriente y de los pueblos árabes mediante las acciones militares, las monarquías corruptas, las intrigas políticas, las telarañas diplomáticas y la exacerbación de las creencias religiosas, todo con el respaldo de una sistemática y poderosísima campaña propagandística de tergiversación de los hechos, que terminó por convertir a las víctimas en victimarios.

Horrores como los de Gaza no podrían ocurrir sin el respaldo de Estados Unidos, que con Obama a la cabeza incluso aporta cada bala que dispara el ejército israelí, mientras, en la práctica, el territorio del Estado palestino va desapareciendo en beneficio de Israel, según lo muestra la evolución de los mapas de la región (http://bit.ly/Xp3tv5). Y lo mismo puede decirse del papel negativo de la Casa Blanca en el deseable propósito de encontrarle a este conflicto una solución pacífica y negociada que termine con la ocupación colonialista y garantice la convivencia de los dos Estados, Israel y Palestina, con todos los derechos, de acuerdo con las resoluciones de las Naciones Unidas.

Entre los aspectos más lamentables en torno al drama del pueblo palestino está el que Colombia sea uno de los dos países de América Latina que no reconoce a Palestina como Estado, porque en esto también su política exterior es la de Estados Unidos. Y Santos ni siquiera ha condenado la violencia extrema que el gobierno de Israel ha desatado sobre la Franja de Gaza, mientras presenta como democrática su política internacional. No en vano, el 12 de febrero de 2011, le dijo a Semana: “Yo soy pro estadounidense”.

Bogotá, 1 de agosto de 2014.

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